La victoria republicana (1930-1931) by Niceto Alcalá-Zamora

La victoria republicana (1930-1931) by Niceto Alcalá-Zamora

autor:Niceto Alcalá-Zamora [Alcalá-Zamora, Niceto]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Memorias, Ciencias sociales
editor: ePubLibre
publicado: 2013-04-01T00:00:00+00:00


CAPITULO VIII

EN EL BANCO AZUL DE LAS CONSTITUYENTES

LA sesión de Apertura. Por qué no hubo ponencia del gobierno sobre Constitución. Mi contraproyecto. El intento de elegirme con precipitación presidente de la República. El debate sobre responsabilidades. La discusión constitucional. Gano varias partidas perdiendo fuera. Tendencias renovadas de crisis alternativas de ambiente en la Cámara. Negociaciones previas a la presentación del Estatuto catalán. Un día resuelto. Dimisión en plena Cámara que ésta no acepta. Algo acerca de Rusia.

Durante mi anterior vida ministerial apenas si ocupé el banco azul. Las intermitencias prolongadas de la vida parlamentaria durante la monarquía; el deseo del monarca y de los presidentes de tener cerradas pero no disueltas las Cortes que iban a renovarse, intentando la convocatoria de otras que podían descomponerse pronto, hicieron que llegase como ministro de Fomento y de la Guerra a las Cámaras en 1918 y 1923, cuando su apertura coincidía con crisis total en la primera fecha y parcial, que de modo directo me afectaba, en la segunda. Para anunciar la primera crisis y pedir que se levantara la sesión, me senté en el banco azul como ministro de Fomento; para aguardar el momento de mi voto como diputado en la elección de presidente del Congreso, me senté también un instante como ministro de la Guerra. El banco azul del Senado no llegué a ocuparlo nunca, pues fue en rigor extremo para mí el del banco azul como presidente del Gobierno Provisional primero, del Gobierno después, cuando constituidas las Cortes, nos confirmaron por aclamación en el ejercicio del poder.

La sesión de apertura de las Cortes Constituyentes figurará siempre entre los espectáculos e impresiones más emocionantes de mi vida. La deseaba, la ansiábamos, la adelantamos con empeño febril, anhelando el momento en que la abrumadora plenitud de poderes, la responsabilidad —en cada instante terrible incógnita de un periodo revolucionario—, se alejara de nuestros hombres por el Parlamento, sometidos ya, si no ratificaba su confianza, a la normal inspiración de un poder legal y soberano cuya apertura era el cierre de otro periodo histórico fugaz y trascendental, en que tuvimos en nuestras solas manos la suerte del país. Si nuestras potestades y aun nuestras figuras se empequeñecían, nuestras inquietudes se aminoraban a punto casi de cesar porque la revolución estaba ya encauzada, y en su primera y peligrosa etapa concluida.

Pensamos primero y aun llegamos a acordar la ausencia de todo aparato o solemnidad externa en la calle, pero contra esta sobriedad extremada reaccionó en el siguiente Consejo de Ministros Prieto y logró convencernos con su argumentación, a la vez chispeante y profunda, de experto psicológico de las masas, alejando con su léxico y reproduciendo el efecto moral, inmenso, legítimo e indispensable de la visualidad y mirándonos de arriba a abajo, al examinar problemas tales, porque nos faltaba autoridad que nos reveló entonces como antiguo comparsa de teatros. Desde entonces para aquel acto y para todo (promesa presidencial en diciembre, primer aniversario de la República), Indalecio Prieto asumió el cargo de maestro de ceremonias o jefe del protocolo republicano y lo ejerció con insuperable acierto.



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